PENSAMIENTOS EN DÍAS DE LLUVIA

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PENSAMIENTOS PARA ESTOS DÍAS DE LLUVIA

Sería bueno que se vendieran lentes que dejaran ver el corazón, que traspasaran las corazas de las que todos hemos sido revestidos, todos hemos sido provistos de un especie de caparazón repelente que no deja pasar las palabras que están detrás de las palabras.
La vista suele ser tan corta, el interés tan largo en las cosas que no interesan. Las personas no c
omprenden que cuando otra está abriendo las puertas de su casa calladamente está abriendo las puertas de su vida.


Las lágrimas se han vuelto tan invisibles, tan poco húmedas; ya no llegan a sus destinatarios, como cartas robadas. Como si un de repente también nos hubieran secuestrado las ganas de abrazar apretando los dientes e incomodando las mejillas solo de gusto no importando si duelen las sonrisas.
Pareciere como si las palabras gratas vagaran por un inframundo al que no se tiene acceso personal, la impersonalidad está de moda, como también está de moda olvidar tantas cosas que fueron grabadas con tinta indeleble en las páginas grises de la memoria añeja.


Todo huele tan viejo a pesar de ser tan nuevo, parece como si los arboles ya no fueran espectadores de una vida pasajera en donde las cosas verdaderas parecen más falsas que cualquier mentira. Ya no se puede ver a un lado, solo al frente; ni siquiera retroceder por un rato a estrechar la mano que quedó tendida en la carrera y que pasó tan inadvertida que ni siquiera se recuerda en dónde.
Resulta que es pecado el mirar los ojos al hablar y no observar lo políticamente correcto, sin considerar que lo incorrecto siempre ha pertenecido a la política.


Siento que los pies están cansados, cansados de pisar tantas flores que fueron puestas como alfombra antes de que todo fuera y que se negaran a morir, serán de ellas los gritos que se escuchan?
Pero ahora llueve, el teléfono suena y una vez más contestaré y tendré que interrumpir estas cavilaciones de anacoreta. Aunque la lluvia no me deje oír, atenderé y una vez más los corazones estarán en juego.
Aunque permanezcan esperando las respuestas y juguemos todos a que no pasa nada.
Ojalá lloviera siempre, las gotas al caer acallarían tantos llantos.


Se mojarían tanto los sentimientos que tendríamos que sortear los charcos de tristeza piadosamente abandonados. Habría estancamientos de ansiedad en los suburbios de nuestras existencias, se repararían tantas goteras de nostalgia y se impermeabilizarían tantas necedades.
Las confusiones seguirían su cauce natural y se evaporarían los malos entendidos.
Ojalá nunca deje de llover.
HECTOR FLORES

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