CONFESIÓN DE UN ENCADENADO


CONFESIÓN DE UN ENCADENADO

Como abundan las palabras rotas
Los cambios de tono, las miradas raras.
Parece como si el aire se dividiera

En dos especies incompatibles
Como agua y aceite.
Como si uno escogiera beberlo
Y el otro usarlo como un ungüento pestilente.
El aire se ha cubierto de silencios perpetuos,
En donde solo se escucha el inclemente avance
De un reloj sarcástico que atendiendo a su nombre,
Desgarrara la carne que un día fuera de color rosa.
Es exagerada la falta de caricias,
Como si hubiesen sido arrancadas del universo,
Abolidas, borradas de la faz de la tierra
Y ocuparan solo un lugar especial
En el abyecto sepulcro del olvido.
Ahora las sonrisas son las de un moribundo
Desdentadas, como perdones otorgados bajo amenazas,
Gestos que otrora volaban y que hoy yacen
En tristes estertores.
Maldita sea la rutina
Que condena a morirse cada día;
Que te hace poner los pies en un frio
Tantas veces pisado, y tantas veces familiar.
Salir de este estado de vegetación
Que los expertos llaman madurez.
Sentado enfrente de un jurado sin rostro,
La verdad, la verdad y nada más que la verdad,
Lo juro, soy culpable de parálisis de corazón
De constipación de la esperanza,
De diarrea de malos entendidos
Que siempre entendí desde el principio.
De tenesmo de compasión, de sordera del alma
Si señores acepto lo anterior,
¿Alguien puede darme medicina?
Creo que aún tengo remedio.

HECTOR FLORES

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