Sopla el
viento y me sorprende en medio de la nada que yo mismo formé, me obliga a
nublar la mirada y cerrar la boca que de tanto tenerla abierta, me ha causado
amnesia de silencio.
Nada se
vislumbra en cercanía, solo me queda el oído, el tacto se perdió de tanto no
tocar, el olfato se perdió en el último jardín
y el gusto tiene un regusto a ausencia.
El viento me
rosa el rostro y deja su huella como si de cepillar madera se tratara, puedo
escuchar mi alma que ha preferido irse; mientras pasa la tormenta.
Lo supe
porque escuché el aleteo que es común cuando las almas se ausentan, y prefieren
renunciar por un tiempo de sus
responsabilidades terrenales. Es que este tipo de soplo contrario, siempre les
causa malestar.
¡Que grande
puede resultar la soledad cuando estas rodeado de tanta gente pero al final
nadie se conoce!.
Tantas
sonrisas sin nombre, tantos nombres que
han pasado y tantos nombres que he olvidado.
Cuando sopla
el viento, de alguna forma el hombre lo respeta, vale más que sea un buen
escuchador y aprenda a entender lo que pretende decirme. No puedo moverme a
voluntad. Ahora comprendo a las espigas, a los árboles; que sin duda son más
valientes que nosotros porque por más que sople el viento, solo se doblan pero;
es muy poco probable que se rompan.
Espero que
el viento deje de soplar un poco, hace un rato ya que estoy aquí escuchando su
conversación. Sin alma.
Tormenta con
viento, que has traído desasosiego a este pueblo que soy yo.
La gente
corre, yo no puedo. La gente grita yo estoy mudo. La gente se cubre yo estoy
desnudo. La gente se abraza yo no puedo
sentir el toque de alguien mas. La gente me mira interrogante, yo no puedo
devolver la mirada.
Solo
escucho. Escuchar es más fácil cuando el alma se ha ido por un tiempo, porque
es inevitable que lo que tiene uno clavado en el alma; se vaya con ella
mientras sopla el viento.
Me gustaría
que la tormenta calme un poco pero si no lo hace, y además si esta tormenta se ha llevado mi alma; lo mejor
será convertirme en árbol.
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